#1 Carta Reflexiva

La crisis existencial, las preguntas y el cuerpo

Hace unas semanas, alguien me preguntó: “¿Cómo se encuentra el sentido de la vida?” Me decía: “Siento que vivo en un bucle de ‘no sé qué hacer’. Tengo mucha información, me considero un alma despierta, pero no encuentro mi lugar en el mundo.”

Sentirse perdida o desorientada es una sensación angustiante.

En Raíces de Sentido, Rafael Echeverría, filósofo autor de la Ontología del Lenguaje, describe este fenómeno como una crisis profunda en la que el “alma occidental se ha ido vaciando progresivamente”, generando una sensación de alienación. Según él, vivimos en un mundo “cada vez más pobre en su capacidad de proporcionarnos sentido”, y eso nos afecta no solo individualmente, sino en la forma en que nos relacionamos con los demás.

Nos duele sentirnos a la deriva, pero muchas veces perpetuamos ese dolor creyendo que el conocimiento nos traerá claridad. Pensamos que si leemos más, estudiamos más, entonces sabremos qué hacer. La paradoja es que cuanto más sabemos, más perdidas podemos sentirnos. 

¿Qué tendrá que ver el “alma occidental”, el “propio mundo” y las “modalidades de convivencia” con “encontrar mi lugar en el mundo”? 

Detenernos en la pregunta

Nos apresuramos por sacar conclusiones y resolver, buscamos soluciones en hábitos saludables, rutinas de productividad, y consejos de autoayuda, pero pocas veces nos detenemos a preguntarnos: 

  • ¿Cómo llegué hasta acá? 

  • ¿Cómo es que me siento como me siento? 

En mi propia búsqueda de sentido, llegué a una pregunta que me transformó: ¿cómo el hecho de tener un ciclo menstrual influye en mi experiencia del mundo? Antes, asumía que los cambios emocionales y energéticos eran rasgos de mi personalidad, me sentía arrastrada por mis estados de ánimo. Al tomar conciencia, descubrí un mundo: mi propio cuerpo.

Me di cuenta que ignorarlo no solo puede desconectarnos, sino que también puede profundizar la sensación de vacío y desorientación. Siento que la crisis existencial es, en gran parte, una de las muchas consecuencias de vivir de espaldas a nuestra propia biología. Y en lugar de ofrecer respuestas universales, es esencial comprender los fundamentos que nos permitan reflexionar sobre nuestras propias inquietudes y construir un proceso de autoconocimiento.

Las personas nos enfrentamos a tres grandes preguntas en la vida: 

  1. Sobre el propósito: ¿Cómo puedo hacer lo que disfruto? Y, a su vez, ¿qué es lo que realmente disfruto hacer?

  2. Sobre los vínculos: ¿Cómo puedo conectar con personas que realmente me vean y me comprendan?

  3. Sobre el ser en el mundo: ¿Cómo puedo entender y navegar la vida alineada a mi ritmo y sensibilidad? 

Los enfoques convencionales de auto-ayuda suelen pasar por alto dos aspectos clave: por un lado, la influencia de la biología en nuestra percepción y experiencia del mundo; y por otro, la singularidad del vivir de cada persona.

¿Cómo no sentirse desconectada en un mundo que no valora la sensibilidad ni la lentitud que requiere estar atentas y reflexivas? ¿Cómo no sentirse desconectadas en un mundo que muchas veces no nos ve como animales mamíferos, cíclicos y sensibles? Estamos atrapadas en una tensión constante: por un lado, el deseo profundo de contribuir, de tener un impacto, de ser vistas y reconocidas en la sociedad; y por otro, la presión de adaptarnos a un modelo que no nos considera en nuestra totalidad.

Tres caminos para recorrer 

Entonces, ante semejante panorama empecé a preguntarme en relación a mi propósito, vínculos, y mi ser en el mundo: ¿Cómo generar cambios profundos y sostenibles en mi vida? ¿Cómo darme cuenta cuando estoy siendo arrastrada por mis estados de ánimo? 

En mi proceso, estoy explorando tres dimensiones que atraviesan mi forma de estar en el mundo, aquellas que más sentido me hacen. No las percibo como respuestas definitivas, sino como una exploración abierta, en constante movimiento, que me invita a cuestionar, sentir y reconfigurar. Son dimensiones que voy a ir abordando en cada carta reflexiva, y mi invitación es a que profundicemos y exploremos juntas, no con la intención de encontrar conclusiones, sino de indagarnos en la experiencia de habitar(nos) con mayor autenticidad y presencia.

El desarrollo del observador 

El yoga, la meditación, caminar, escribir, pintar, bailar, conversar… Todas son prácticas que nos ayudan a desarrollar un observador interno, pero la disposición a la pregunta es el gran sostén de todas las prácticas. 

Nos permite darnos cuenta de nuestros pensamientos y acciones, y reflexionar sobre si lo que hacemos nos lleva hacia donde queremos estar.

Desarrollar al observador, no se trata de forzarnos a hacer o ver algo en particular, sino de mirar con curiosidad y sin juicios lo que hacemos y descubrirnos.

La conciencia del ciclo menstrual 

Como mencionaba al principio, el ciclo menstrual impacta nuestra percepción ya que regula nuestras emociones y nuestra energía. Alinear nuestra vida con nuestro ciclo nos ayuda a tomar mejores decisiones y a restaurar nuestro sistema nervioso.

Sin esta conciencia, podemos desconectarnos de nosotras mismas y sentir que “algo está mal con nosotras”, cuando en realidad estamos respondiendo a procesos biológicos naturales. ¿Cuáles son las consecuencias de vivir ignorándolo?

Mover el cuerpo

Cuando atravesamos una crisis existencial, solemos quedarnos atrapadas en la mente. Pensamos, analizamos, buscamos respuestas en libros o videos, pero olvidamos una vía esencial para encontrar claridad: el cuerpo.

Peter Levine, creador de la terapia somática “Somatic Experiencing,” sostiene que las emociones no son solo experiencias mentales, sino procesos fisiológicos que, cuando no se expresan, quedan atrapados en el cuerpo. De manera similar, Alexander Lowen, psicólogo creador del análisis bioenergético, afirma: "Lo que no se expresa, se queda atrapado". Tensiones musculares, bloqueos, fatiga…cuando el cuerpo se mueve, la emoción también se mueve. Explorar el movimiento es una vía profunda de integración. 

Todo proceso de transformación, y de aprendizaje, requiere reconfigurar nuestra forma de ver el mundo. Ese proceso requiere reflexión, apertura, y práctica. La reflexión nos invita a recorrer, como una hormiga siguiendo su sendero, el surco de nuestra historia. Y es en ese transitar por las huellas de nuestro vivir que deviene la conexión.

Gracias por tu valiosa atención. Si esto te resuena y quieres compartir tu experiencia o reflexión conmigo, estoy aquí.

Hasta la próxima.

Con amor,

Deborah